Llevo meses buscando este
momento para escribir la primera frase de lo que, se supone, iba a ser mi
reflexión sobre muchos días. Tenía mucho que decir, pero no encontraba la
manera. Miro hacia atrás porque ya no me atrevo a mirar hacia otro lado, se me
ha hecho todo muy complicado. Y es importante que lo diga, porque las cosas que
no se dicen SÍ que existen. No desaparecen porque no salgan por tu boca. Están
en tu mente, en tus sueños inquietos y en tus días de estrés. Están en tus
miedos y en tus inseguridades. Están en tus peores momentos. Y estén donde
estén, lo que tienes que tener claro es que ESTÁN, y no van a desaparecer
porque no las nombres.
El otro día caí en una iglesia, por
casualidad, no soy creyente. Una madre salió a leer al altar en representación
de todas las familias de los niñ@s que comulgaban ese día. La chica, en un acto
de desesperación, encomendó la vida de los niñ@s que ahí estaban a la virgen,
y, dejando aparte muchas barbaridades que en esa misa se dijeron y las cuales
no voy a nombrar porque entraríamos en una polémica que ahora mismo no me
interesa, realizó una reflexión sobre el mundo que les esperaba. En ese momento
la mujer se puso a llorar y yo la entendí perfectamente. Su mente, de forma
inconsciente, imaginó un futuro que no existía. Llevaba tantos meses preocupada
por el “hoy”, que el “mañana” ya vendrá,
quien tenga la suerte de vivirlo.
Ya no imaginamos, ya no planeamos y
ya no soñamos. Tampoco nadie se queja, no está permitido, nuestros abuelos
vivieron mucho peor que nosotros. Y ¡Un aplauso para todos los héroes! Que no
son pocos. Perdón, gracias, lo siento, soy muy afortunada, pero…
Pero nada. Ni perdón, ni gracias, ni
un aplauso para nadie… Si a alguien le tengo que pedir perdón es a mí misma.
Por haberme descuidado, por no haber hablado, por no haber planeado, por no
haber soñado, por no haber llorado lo que tenía que llorar. Por haberme
bloqueado, por no haber dicho que estaba enfadada, angustiada, asustada, inquieta,
sorprendida, triste… porque ahora, que soy libre, que tengo todo lo que puedo
tener, que soy feliz y afortunada, ahora, ahora ya no puedo hablar.
Nadie es responsable de lo que yo
sienta, pero sí que siento que hay muchos culpables que me han hecho sentir
así. Culpables por haber mentido, culpables por haber obviado la situación y
culpables por haber hecho culpables a quienes no lo eran. Culpables por haber
empezado una lucha cuando todo un país se iba al garete y por haber creado una
guerra en la que han querido meternos, sin saber muy bien si íbamos a ser los
buenos o los malos. Culpables por no haber salido TODOS JUNTOS y haber
reconocido, ante 50 millones de españoles, que no estábamos preparados para
esto, que estábamos sobrepasados y que lo íbamos a pagar muy caro ¿No nos
visteis preparados para escuchar eso pero sí nos visteis preparados para vivir
lo que vivimos? Culpables por no haber tenido la valentía de decirnos:
-Esto es la mierda más grande de este mundo pero ¿Sabéis qué? Estamos
todos juntos en esto y estamos contigo.
Me parece que sois los máximos
culpables.
Soy maestra y es una gran suerte que
mi trabajo sea mi gran terapia desde siempre. Me libera mucho el pensar que
tengo delante las mentes del futuro, pero también me da mucho miedo que no sean
capaces de ser libres, en muchos sentidos. Cada vez que un niño viene y me dice
que fulanito le ha pegado, siempre le digo lo mismo:
-¡Pues ve y habla con él, díselo, dile que no te gusta que te peguen! Pero
díselo a él porque ha sido él quien te ha pegado, no yo. Y si no te gusta algo,
dilo. Y si sientes rabia, grita con todas tus fuerzas, que se entere el mundo que
estás rabioso, que tienes miedo, que no estás de acuerdo. Y si algo no sale
bien, si tus gritos no llegan, si ese niño te vuelve a pegar… entonces que
sepas que estoy aquí, contigo.
Solo me queda la tranquilidad de que
tenemos la capacidad de salvarnos a nosotros mismos y de que hemos sabido gestionarlo solitos. Que
mientras médic@s, enfermer@s, farmacéutic@s y auxiliares estaban ahí, al pie
del cañón, creamos una sociedad nueva, al margen de políticos y buitres. Sí,
una sociedad diferente. Que no te mientan, no es cierto eso de que no hemos
cambiado en nada, porque los buitres seguirán siendo buitres, con pandemia y
sin ella, pero el resto no. Mientras las familias se morían de hambre y de
miedo, y los buitres se llenaban la boca con grandes medidas, ahí estuvieron
ellos: supermercados, mercados de abastos, pequeños comercios, asesorías, fábricas,
etc. para gestionar la incompetencia de muchas personas que tienen sueldos desorbitados
y que, se supone, están ahí para velar por nosotros.
También me queda la tranquilidad de ver
cómo hemos convertido nuestros colegios en espacios seguros. Redistribuimos y
volvimos a distribuir en función de lo que a cada político de turno se le iba
viniendo en gana. Ahora grupo burbuja, ahora distancia de seguridad, ahora
entran los especialistas, ahora no, sí mascarilla, no mascarilla, clases en el
patio, clases en barracones, en gimnasios, en aulas TIC, en salas de
profesores, en aulas de música, etc. Grupos mixtos, división de grupos del
mismo nivel, fuera apoyos, fuera especialistas y, lo único bueno de todo esto,
reducción de ratios. Nosotros hemos cumplido y hemos asumido.
Y, por último, me queda la alegría y
la tristeza de ese 7 de septiembre, cuando abrimos las puertas del colegio y
ahí estaban ellos, con sus mascarillas, en su zona correspondiente, con los
deberes hechos. Fueron pasando uno a uno. Ciento cincuenta niñ@s pasando uno a
uno, ¡increíble! No se escuchó ni una sola queja. Y así llevamos dos meses. Yo
creo que está claro de quién sí podemos aprender.
Si tuviera que pedir perdón a alguien,
le pediría perdón a esos niñ@s, porque van a ser una generación diferente. Eso
es inevitable. Pero nos habéis dado una gran lección de valentía y educación.
Mi abuela se ponía muy nerviosa cuando tenía que ir al médico o cuando las cosas no salían como debían salir. Por costumbre, por rutina o porque debía ser así y punto. Miraba las noticias con mucha atención y momentos históricos que yo recuerdo como increíbles y duros a la vez que lejanos a lo que viene siendo mi día a día, es decir, te pueden afectar pero no los percibes como un peligro para ti, a ella le sobrecogían y le afectaban mucho, y ahora la entiendo tanto. Es que tienen razón, ellos no han vivido lo mismo que nosotros. Ellos han pasado hambre y por eso mi abuela compraba el pan todos los días como puedo yo comprar ahora… nada, no encuentro comparación ninguna. Yo no compro nada con tanto valor como el que le daba mi abuela al pan. Por eso quizás mi aplauso final iría para ellos, para los abuel@S, por haberos quejado, por haber dicho que no estabais de acuerdo, por haber luchado, por no haberos quedado callados y por haber gritado con todas vuestras fuerzas hasta haber logrado tener un trozo de pan sobre la mesa cada día. G R A C I A S.